Y Ya No Fui El Mismo...
Como se dice habitualmente, en las películas siempre ganan los buenos. Los finales son casi siempre felices y si no lo son, generalmente ocultan un: “así debía de ser”. Pero indefectiblemente toda buena película debe tener un buen final, hasta se podría decir que si termina de la mejor manera… casi no importa lo que haya pasado antes. En este sentido mi viaje tuvo un final inmejorable.
Isla Negra ni es isla ni es negra. Es un hermoso pueblo chileno a orillas del Océano Pacifico, cargado de pinos y algarrobos y con sus calles de arena y tosca. Allí el poeta chileno Pablo Neruda compro un terreno de
Pasando por un pasillo de techos bajos, escotillas sobre sus paredes de madera y largas hileras de estantes con una colección de botellas de todas formas y colores, se llega al bar, donde Neruda solía recibir a sus amigos. Este con grandes ventanas que dan al mar, esta decorado con lámparas y pinturas marinas y los muebles fijos en el suelo, como si se tratase de un barco. Atravesando una puerta de redondeada se sale a las terrazas que dan al mar. Sobre el césped descansa casi utópicamente un pequeño velero; Marval de Isla Negra, donde el poeta chileno solía sentarse a leerles sus poesías a sus amigos y tomar whisky y algún que otro vino espumante, para según el; bajarse del Marval mareados, “como si hubiésemos navegado durante horas”. A pocos metros un gran campanario en forma de estrella era utilizado por el “navegante terrestre” para saludar a las tripulaciones en sus navíos que pasaban por las costas del pueblo.
Otra de las salas que me llamo la atención fue la mismísima habitación de Pablo y Matilde. Subiendo por una estrecha escalera caracol, ingresamos a esta por la parte noreste. Al hacerlo lo primero que vemos es una pared casi por completa de vidrio que nos da una panorámica del mar casi perfecta. Con los jardines de la casa a sus pies y el horizonte sobre nuestras narices, notamos la dedicación y el conocimiento arquitectónico que tenia Neruda. Colocada en diagonal y de frente a este gran ventanal se encontraba la cama, la cual Pablo coloco de esta manera para que “el sol salga por sobre mi cabeza y se esconda tras el mar por sobre mis pies”. Simplemente el hecho de imaginarse recostado en esos aposentos contemplando un atardecer, hacen a uno estremecerse.
Baje del primer piso y salí a los patios de la casa. Antes de abandonar el museo decidí sentarme a descansar frente al mar sobre unos maceteros de piedra. Sentía que me estaba perdiendo de algo, que algo estaba pasando por alto, quería despedirme de Neruda, pero fue Neruda quien se despidió de mí. Sobre una viga de madera que sostenía uno de los balcones de la casa leí una frase que resumió mi viaje en apenas una línea. Con pintura blanca y una letra cursiva casi infantil Neruda dio por finalizada mi osadía. “Regrese de mis viajes. Navegue construyendo la alegría.”. Sin dudas que los viajes cambian a uno y alegran el alma. “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.”
Seja o primeiro a comentar
Publicar un comentario