El Reino Encantado de Iruya
Cuando te dicen que un viaje de
Los cambios en los paisajes eran casi instantáneos. Abundan los áridos grises y sus grandes cactus, dando la sensación de que en cualquier momento pasara a nuestro lado el correcaminos perseguido por el coyote arriba de algún tipo de torpedo marca Acme. Pero así de rápido el micro sale de una curva y todo se torna verde con muchas rocas de un color blanco con manchas grises. Hasta llegar al punto mas alto del viaje: el “Abra del Cóndor”, que con sus
El micro va tocando bocina a cada curva y cruzando infinidad de quebradas. Pero dejándome llevar por el paisaje y su belleza, deje de lado un detalle no menor: llueve bastante y el camino suele cortarse debido a estas inclemencias. Esperemos no tener que extender nuestra estadía en el pueblo por más de lo estipulado.
Hasta que por fin, entre curvas y montañas, como por arte de magia aparece la iglesia amarilla que tantas veces vimos en fotos, postales y hasta en almanaques.
Magia… eso es lo que hay en Iruya. Un pueblo que parece perdido entre montañas, aislado de todo, con calles empedradas que suben las laderas, casas de adobe y su infinito entorno.
Luego de sacar el pasaje de vuelta para esa misma tarde, comenzamos a subir por la calle de la iglesia. Por momentos se hace difícil por el agua que corre, debido a las fuertes pendientes y la intensa lluvia que cada vez preocupa más; preocupación que desaparece con solo contemplar nuestro alrededor.
Al llegar al final de la calle seguí subiendo hacia el cementerio y luego al mirador. Desde allí, un crucifijo blanco parecía custodiar el pueblo y la tranquilidad de todo el lugar. Por momentos da la sensación de que las casas existiesen desde antes que las montañas, y que estas crecieron a sus lados dejándole el lugar a Iruya.
Salio el sol, y después de almorzar y conocer la iglesia por dentro, volvimos a subir al cansador micro de Don Mendoza. Esta vez era uno verde, más viejo, con varias ventanas rotas y un humear de sus escapes que parecía pedir un mecánico urgente.
Así dejamos Iruya un pueblo encantado donde las agujas de sus relojes parecen haberse detenido hace mucho tiempo atrás…